viernes, 9 de julio de 2010

Patriotismo esférico

Vuelvo del trabajo y me distancio en un ejercicio orteguiano (del filósofo, no del torero), y así se me ocurren varias razones por las que amar una tierra, un sitio, un lugar, una región, una nación, un nombre. Pienso en que hay muchas formas y razones por las que hacer apología de lo propio frente a lo ajeno, desde lo que se impone como derecho incontestable de pertenencia y necesidad de arraigo como punto de partida social. Todos los motivos en los que pienso son, por supuesto, extremadamente irracionales, emotivos, pasionales, subjetivos. La alegría del fútbol es otra cuestión inexplicable desde el punto de vista racional, y como uno más me incluyo: todos hablamos de lo mismo, todos sonreímos, nos jactamos y sentimos parte única de una enorme masa anónima. Noble misterio.
Paseo por la calle hacia casa y cuento la proliferación de banderas en los balcones, símbolos de un orgullo nacionalista más o menos latente, basado en principio en la habilidad para practicar el fútbol por parte de un equipo de eso mismo y al que se le atribuye por enorme consenso la representación de todos los españoles. ¿Sólo eso?- me pregunto. Poderosa responsabilidad, me temo.
Y por fin llego a casa y tras tantas vueltas y pensamientos sobre este fenómeno y sus esféricas consecuencias, me aburro de mí mismo y me pongo a ver una vez más el resumen del Alemania- España y el gol de Puyol. Todo comienza a adquirir de nuevo sentido sin tenerlo, como las épicas griegas. Da igual lo que mi capacidad de análisis alcance, todos parecemos felices y comulgamos de una manera simple y no por primitiva menos sofisticada en esa búsqueda universal de la felicidad, mucho más dura en estos tiempos que corren. Sólo entoces, dejo interruptus mi particular coito orteguiano, apago el aparato y dejo encendido el hipotálamo, en ralentí. Todo se explica ya con armónicas resultas, paz en mi mundo y la anestesia de un eslogan. Así que como nadie es profeta en su tierra, prefiero apostar por Holanda y su flamante "9", como no podría ser de otra manera. Podemos.

2 comentarios:

Cactus dijo...

A mí me ocurre más o menos lo mismo. Es curioso que me pase esto sabiendo que, por lo general, no soy nada patriótico ni me siento identificado con ningún nacionalismo –sea del país que sea- pero, es llegar un evento deportivo de este calibre, y convertirme en un “groupie” más de La Roja. ¿El motivo? Puede que no haya uno en concreto. Siempre tiendo a pensar que es debido a un ejercicio de empatía, de querer compartir esa alegría con la gente de tu alrededor. Pero tampoco me preocupa en absoluto. ¿Por qué tenemos que racionalizar la felicidad? ¿Por qué no podemos disfrutarla sin cortapisas, sin restricciones, y hacerla fluir hacia los demás? Aunque parezca mentira, me siento orgulloso de este sentimiento primitivo y rústico y, de hecho, me entristece no poder sentirlo en más situaciones todavía.

Gran actualización. ;)

Jose F. Mancebo dijo...

Amen, Sr. Cactus. Racionalizar la felicidad es como contar las calorías de un helado de turrón blando con galletas oreo.

Ya vendrá el médico y racionalizará la diabetes...

Gracias por comentar!

 
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