miércoles, 22 de diciembre de 2010

La crisis cameral




Una entrada desde los adentros.
Corren malos tiempos [también] para las Cámaras. Entre las medidas de ahorro fiscal, el Gobierno ha decidido abolir la obligatoriedad del pago del recurso cameral.  Los hay que defienden esta medida por estar en consecuencia con la lógica del mercado: sólo debes pagar por los servicios que consumas. Los hay quienes alegan que esta reducción no supone un ahorro significativo para lo que se revierte al tejido empresarial (actual y potencial). Quizá nunca se supo transmitir del todo qué servicios se ofrecían y para quién, pienso. Quizá de otro lado muchos empresarios se dedicaban a pagar sin preocuparse para qué estaban pagando. Lo que parece evidente es que una institución con más de ciento veinte años de trayectoria se queda temblando, en jaque, a cambio del ahorro de un impuesto que beneficia sustancialmente a las empresas grandes: la cuota estaba calculada en función del rendimiento económico. Era una recaudación con un efecto redistributivo en un mercado desigual, a la vista de miles de acciones de promoción, asesoramiento, estudios y formación empresarial -o 'pro-empresarial'- cada año.
Cuando entré y aparecía por distintas reuniones y foros, los colegas y empresarios me decían de forma recurrente, con más o menos retintín, aquello de  "es que no sé para qué sirve realmente la Cámara". Hoy, muchos de ellos me preguntan "y ahora qué va a pasar con lo que venís haciendo". Me alegro. Siempre he creído que las instituciones son sólo instrumentos, controlados por personas controladas a su vez por actitudes. Se hacía -y se hace-, de verdad, bastante por mucha gente. Esa es mi actitud. Por eso, aunque respeto a los que defienden a ultranza la medida, no termino de entender que los más pequeños hagan muchas veces este mismo alegato. Cuando el pago era obligatorio (a partir del 1 de enero empezará a no serlo) tampoco entendía porque la gente pagaba sin saber por qué pagaba, no parece responsable. En palabras de Expansión:


Los datos económicos demuestran, sin ambages, que el esfuerzo de financiación a las Cámaras lo hacen las empresas con mayores resultados económicos (un 0,89% aportan el 64,37% de los recursos) en detrimento de las que menos tienen (más de 500.000 compañías usuarias de los servicios camerales) lo que comporta, en la práctica, un efecto redistribuidor de la cuota. Además, el 53% de las empresas españolas no paga la cuota cameral, y el esfuerzo de las empresas para financiar a las Cámaras se adapta a la coyuntura económica, ya que, excepto las compañías de gran tamaño, el resto pagan en función de los beneficios obtenidos.


El nuevo escenario (aún tan desdibujado) nos plantea nuevos retos a todos los que estamos en el plano laboral, empezando por la propia supervivencia. En un alegato personal, quiero pensar que si sondeáramos hoy a nuestro sector-cliente (público y privado), muchos nos tienen como cómplices y colegas de fatigas, como unos defensores más del tejido asociativo y empresarial que tanto trabajo y alegrías da día a día a nuestra demarcación. Pero eso es sólo una historia particular de alguien que no teme a lo que está por venir, porque quiero pensar que el futuro -o una parte de él, por ínfima que sea- siempre está en manos de cada uno.
Nuestra posición, competencias y recursos deben ser más que nunca valorados. Nuestra apuesta institucional ya ha sido hecha. Y más antes que después hemos de dejar de criticar la medida del Gobierno, poco menos que negligente en su contenido y forma, y pensar que las Cámaras están ya en plena época de transición . Es tiempo para la austeridad, para la restructura, para la autocrítica y la gestión de ese Cambio, ahora con mayúscula. Particularmente miro atrás en mi fugaz trayectoria, una parte minúscula de más de un siglo de historia, y espero haber estado trabajando y aportando, piano piano, por echar un cable a nuestra región, a nuestro país, a esa promoción y formación empresarial. Mi deseo profesional para 2011 es que las Cámaras puedan seguir en mejor línea gracias a la nueva situación y convirtiendo, como reza el titular, el problema en una oportunidad. Pero un deseo es sólo eso y hace falta manos en harina: deben y debemos reinventar y dar nuevo uso real a cientos de ideas que flotan en esta realidad ansiosa de cambio. En lo que cada uno puede hacer no hay lotería posible, hay apuestas seguras.
Eso es innovar, quien lo probó lo sabe.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Los de afuera y los de adentro

El turismo es uno de los sectores económicos de nuestro país más descentralizados en cuanto a su gestión pública se refiere, ya que gran parte de las competencias en materia de turismo están delegadas en las distintas comunidades autónomas e intervienen múltiples agentes en el sector. Quiere decirse, pues, que el interés territorial y político (por defecto, partidista y parcial) interviene muy de fondo en todas las decisiones que se toman a nivel turístico y de forma especialmente compleja: en sus 17 + 1 + n variables (diecisiete autonomías más el Estado central más cada una de las acciones emprendidas por asociaciones, ayuntamientos y otros actores) con una repercusión en X medios de comunicación (locales y nacionales; propios e "independientes"; afines o no al discurso y las personalidades de fondo a las que nos referimos, etc.). Con este panorama tan enrevesado, las estrategias turísticas deben compartir protagonismo con las otras, las domésticas, y en toda esa amalgama a veces cuesta diseñar estrategias para:

- Los de afuera: visitantes, turistas, clientes.
- Los de adentro: autóctonos, residentes, votantes.

Los primeros son los clientes del turismo. Los segundos, los clientes del sector público. Lo que se hace para los de afuera se debe informar y promover a su vez para los de adentro (es lo que en democracia llamamos "legitimar las decisiones". Turistas y votantes son los dos target-groups a los que la asministración turística debe interpelar, para contribuir a la riqueza de la zona con las visitas de los de afuera y para saberse últil y sensible para los suyos, los de adentro.
Las decisiones, así, son ciertamente complicadas porque se sujetan a múltiples intereses y a diferentes retóricas (algunas de ellas antagónicas, incluso). La maniobrabilidad en cuestiones trascendentes para el sector y las consecuencias de ciertas crisis internas (como las del transporte o la que se vive en los últimos meses con los controladores aéreos) afecta poderosamente al turismo, que no vive ajeno a la realidad de todos los servicios pero que tiene unos intereses basados en la atracción del de fuera y no en la satisfacción del local. Esa dialéctica es apasionante y tremendamente enmarañada su gestión. Más que nunca desde los años 60, son tiempos de apostar por los de afuera... con el permiso de los de adentro.


 
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