viernes, 26 de agosto de 2011

Muerte de un Blog

En vacaciones y tras leer la recomendación de Google AdSense que me dice que debo 'monetizarte', porque ya eres popular. No podría ser de otra manera. Y aunque he conseguido tenerte cariño, y no he decidido si eliminarte o simplemente dejarte colgado para seguir de vez en cuando los pasos de tu sombra, tengo claro que ya has muerto. Hoy has muerto. Se acabó.

Por mi parte, te diré que necesito saber si escribir sobre cualquier cosa sin más es lo que quiero hacer y sobre todo, lo que puedo hacer con un escaso y amenazante tiempo. Un blog olvidado, sin actualizar y ninguneado por el fácil microblogging de un "Me gusta" en Facebook o un RT en Twitter no es lo más digno, ni para ti, ni para mí, admitámoslo. Ya estás muriendo, en la dejadez de entradas sin actualizar, mi narcisismo no da para tanto. Digámosnos las verdades, amigo, son varios años: ni te atiendo, ni me soportas. Y en esta guerra con uno mismo, saltando con esta poesía prosaica, te digo hasta pronto y que tal vez pasaré a verte para decirte en qué ando metido, de forma quizá más orientada a unos objetivos, no con la simple egolatría de escribir lo que se me pase por ahí mismo y esperar a que "alguien" lo lea. Suena cruel. Lo es. Para mí tampoco es fácil.

A las mariposas, háblale de flores, dice un gran blogger y maestro. Pues eso mismo.

Contra mí mismo, termino, por ahora: con las palabras prestadas del gran Jaime Gil de Biedma. Hasta pronto.



Contra Jaime Gil de Biedma

De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación —y ya es decir—,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?

Te acompañan las barras de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado
y dices que envejezco.
  
Podría recordarte que ya no tienes gracia.
Que tu estilo casual y que tu desenfado
resultan truculentos
cuando se tienen más de treinta años,
y que tu encantadora
sonrisa de muchacho soñoliento
—seguro de gustar— es un resto penoso,
un intento patético.
Mientras que tú me miras con tus ojos
de verdadero huérfano, y me lloras
y me prometes ya no hacerlo.

Si no fueses tan puta!
Y si yo supiese, hace ya tiempo,
que tú eres fuerte cuando yo soy débil
y que eres débil cuando me enfurezco...
De tus regresos guardo una impresión confusa
de pánico, de pena y descontento,
y la desesperanza
y la impaciencia y el resentimiento
de volver a sufrir, otra vez más,
la humillación imperdonable
de la excesiva intimidad.

A duras penas te llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo.
Muriendo a cada paso de impotencia,
tropezando con muebles
a tientas, cruzaremos el piso
torpemente abrazados, vacilando
de alcohol y de sollozos reprimidos.
Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!










 
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