jueves, 18 de febrero de 2010

Spoti & Co.

Una de música.

Debato con un gran amigo y aguerrido musical sobre la idoneidad, pros y contras, de las plataformas estilo Spotify y Last FM y no es la primera vez que oigo esos poderosos argumentos, lanzados desde la autoridad que se le confiere a un gran melómano, conocedor de grupos, artistas, arreglos y soportes musicales. Y yo, que siempre fui un picaflor sin demasiados escrúpulos en esto de la música y tecnófilo declarado, me decanté totalmente a favor de estas historias, mucho más al menos del que yo considero el segundo gran engaño del siglo XX en cuanto a soportes se refiere: el cedé y su presunta durabilidad. Con el vinilo, coincidíamos, se acabó (?) el romance y con el cedé, ay el cedé, con él se terminaron las pasadas de casetes con un Bic para no gastar las pilas del walk-man. Ahora, en el país de los nativos digitales, los niños del futuro no sabrán ni del casete ni del walkman y quien sabe si del intemporal Bic. Cosas de la edad, supongo, y más concretamente de la edad que les tocará vivir a ellos. Sé que hablo como un cuentacuentos, pero es que con esto de la tecnología ya se sabe que se nace y se muere el mismo día.

Volviendo al debate con mi buen amigo, él venía a decir que esto del Spoti y cía eran profanaciones de las formas tradicionales de disfrutar la música y con mucha razón advertía del cierto grado de superficialidad con el que se oye en este tipo de plataformas. En verdad estoy de acuerdo en que el poder de elección repercute en un zapping algo perverso que impide en ocasiones eso de escuchar muchas veces una canción hasta que te gusta. Tener que escuchar on-line o los anuncios son otros inconvenientes de la cuenta gratuita, por ejemplo, además de las limitaciones de audio evidentes al escuchar la música a través de un ordenador convencional.

Céntrandonos en los hábitos de consumo musical, que es lo que más me interesa, reconozco que existe una gran tentación de caer en la búsqueda constante, sin saborear, engullendo música y cambiando rápidamente de canción, artista, álbum. Sin embargo, esa revolución de la escucha repercute, por contrapartida, en que gracias a una base de datos inmensa e interconectada, acabes escuchando artistas o covers a partir de un hit determinado que previamente conocías (o conocían, gracias a las listas compartidas). La búsqueda indeterminada e intuitiva también supone una forma de aprender y acceder a un sinfín de posibilidades. ¿Puede ser mala o banal la variedad? ¿Se trata efectivamente de inteligencia colectiva? ¿Criticar esas nuevas es una cuestión de purismo o fetichismo, o mantiene tras de sí la defensa del verdadero espíritu de la música? En fin, harán falta muchas horas de conversación y quien sabe si algunos bourbons para que nos convenzamos cada uno de lo contrario, aunque mientras, eso sí, vayamos matizando nuestros puntos de vista. Él, con sus discos, de aguja o láser; yo, con mis mp3, mp4, mpeg o dvd/divx (por si viéramos alguna peli). Y, en medio, el Spotify abierto, por si acaso surge una duda sobre el artista al escuchar una banda sonora. Eso sí, si el tiempo lo permite.

Por cierto, ambos coincidimos en cuál fue el primer gran chasco en cuanto a soportes musicales del s.XX... ¿Lo adivináis? ¡Exacto!

martes, 9 de febrero de 2010

Lógica y redes sociales




Ando algo mareado entre foros, blogs y esas plazas de pueblo virtuales llamadas redes sociales. El funcionamiento de cada una de ellas, salvando las distancias, es intuitivamente igual aunque esencialmente distinto. Cada una tiene su cosa, su motivación, su no sé qué, y vendrán más, seguro (acaba de aterrizar el Oráculo con su prometedor Google Buzz). Cada red social, digo, tiene sus gentes aunque sean a veces las mismas gentes, la misma red de yoes (o egos) virtuales.

Sin embargo y aunque puede que seas el mismo usuario, pareces una persona distinta si eres mi amigo en Facebook o mi contacto en Linkedin. Es como si te veo con tu traje un martes por la mañana o tomando un vino con tus old fashion-jeans y tu camiseta de Heidi Metal un sábado por la noche. En la otra vida, la pseudoespiritual, tres cuartos de lo mismo: puede que te etiqueten en una foto de un álbum lúdico después de una noche muy larga o que te recomienden a cerca de tu profesionalidad y background académico. Así de simple y de complejo.

El primer consejo que escuché a cerca de esto de las redes sociales es que hay que tener cuidado con eso de la privacidad. De hecho y sin ponernos dramáticos, es bueno saber que existen aún numerosas brechas de seguridad y que no tenemos la información tan controlada como creemos: La prudencia llama a que si no quieres que se sepa algo, lo mejor es que no lo hagas. Decía Wilde que lo peor que le puede pasar a una guerra es que no se hable de ella. Pues cuidado con las campañas de comunicación y la propaganda que le hacemos a nuestro particular "Estado". El eslogan Margarita está pensando que su jefe es un gilipuertas puede tener sus consecuencias.

Sabido esto, mucha gente pasa por varias etapas en las que deseamos estar más o menos expuestos, como la vida misma. Dependiendo de los caracteres, incluso, hay gente que pese a ser de una generación permeable a la vida digital, siente auténtica agorafobia con el mayor o menor exhibicionismo en el que tienen que verse envueltos.

Así pues, ¿cómo comportarse en una red social y disfrutar de los beneficios sin morir en el intento? Se me ocurren tres puntos muy simples que pueden hacernos reflexionar un poco. Vaya por delante que esto no pretende ser sermón ni aleccionamiento, solo una apología al sentido común, que puede ser el mejor pero no el más común de los sentidos.

1. Habrá que conocer, primero, esos beneficios. De la misma manera que no celebrarías tu boda en un restaurante que no conoces, es importante conocer los recursos, potencialidades y debilidades de la red social en la que participas. La ignorancia o la euforia de los primeros días se combate con información a cerca de dónde, cómo y con quién se está participando.

2. Una red social es una herramienta de comunicación y como una llave inglesa, puede servir para hacer cosas muy útiles o partirle la cabeza a alguien. Para minimizar los riesgos y evitar sorpresas o disgustos, es necesario controlar de una forma intencional la comunicación que tenga que ver contigo, especialmente cuando revela cuestiones íntimas o está relacionada con la seguridad propia o de los tuyos. Esto comienza por la selección de contactos o el filtro en el lanzamiento de mensajes u opiniones que nunca dirías en la vida real, por ejemplo, utilizando un megáfono en medio de la plaza de un pueblo. Un mensaje privado no es la publicación en un muro como no es lo mismo quedar con alguien para tomar café y charlar tranquilamente, que llamarle y que tenga el manos libres conectado para que toda la oficina esté escuchando detalles de vuestra fantástica e intrépida salida (en la que te etiquetaron y cuyas fotos despejan todas las dudas sobre tu nivel etílico por miligramo de aire aspirado en aquella noche larga...).

3. No se me ocurre nada mejor que ser coherente allá donde estés. La mentira, la insensatez o la desinhibición permanente puede tener efectos nada positivos en la reputación/ perfil de uno. Lo importante no es lo que se dice, es lo que se entiende, como en la vida misma, una vez más. En definitiva, quizá uno deba comportarse en estos páramos tal cual lo haría en el mundo real, salvando las distancias, que, por cierto, cada vez son más cortas.

jueves, 4 de febrero de 2010

Invictus

Pienso en el eterno debate de la pelota de la Bastilla, el de los zurdos y los diestros. Sobre él me hace pensar multitud de comentarios que circulan y las ideas que intercambio con amigos y colegas a cerca de eso que se define como la situación política actual. De izquierdas y derechas, de rojos y azules, de unos y otros, de bandos y algo de cine va este extraño post.
'Es una cuestión de discurso más que de filosofía', pienso, cercándolo al menos dentro del contexto de hoy día. Esa es la conjetura a la que llego, más fundamentada en el tópico que otra cosa, a cerca de lo descafeinada que parece la política en comparación con otros tiempos, en los que el animal político parecía más cerca de la gesta desde una perspectiva histórica. La retórica actual parece algo más trillada, light, prosaica. Pienso en los Séneca, los Washington, los Azaña, los Suárez. Pienso en grandes oradores, en héroes eternos, en los hijos de Cicerón, en si existen o existieron. Duermen las palabras, mientras las decisiones y los hechos parecen demostrar que más que una filosofía de izquierdas o derechas, de rojos o azules, de unos u otros, los grises se mezclan con flashes y en esa amalgama todos juegan a echar por tierra al otro. Triste y desolador resumen de una percepción, como digo, muy personal, defectuosa, parcial y generalizadora. Lo peor es que esta opinión tan personal puede que sea compartida por unos cuantos, por unos muchos. Lo peor no es ser pesimista, es ser un optimista bien informado.
El discurso fragmentado, vacío, personalista, termina por causar una honda decepción en una población que no entiende lo que se le dice o que, en el mejor de los casos, no quiere entender, no sabe o no contesta. Se percibe, parafraseando a Nietzsche, que la res publica ha muerto. Tal vez si primara más la autocrítica y la pedagogía que el insulto y la descalificación, tal vez si se admitieran los errores, incluso los que se están por cometer, se hablaría de buena voluntad y se percibirían otros valores, ¿Pero cómo cambiar una tendencia jugada entre estos políticos con estas reglas, entre estos medios y miedos de comunicación? ¿Cómo devolver la confianza al olvidadizo pueblo para con sus dirigentes? ¿Cabe a caso hablar de integridad? ¿Y de coherencia? ¿Y respeto?
Se puede ser de un equipo o de otro, pero la responsabilidad también pasa por el reconocimiento del contrario y la necesidad del antagonismo como enriquecimiento de las posturas. El yin y el yan me resulta más integrador e interesante que las etiquetas que se puedan poner los de izquierdas o derechas, los rojos o azules, los unos o los otros. Quizá es por esto que siempre admire, más allá de los colores, al que tiene una determinada forma de hacer las cosas. Hay un estilo que es intemporal, que basa su quehacer en el carisma y no la autocomplaciencia. La coherencia inspira y produce respeto, como la humildad, y el respeto, a su vez, favorece la coherencia y la puesta en común con propios y ajenos. Miren Invictus, si no la han visto todavía, la última e imprescindible de Eastwood. Algunos dicen que es excesivamente entusiasta y aleccionadora, pero su mensaje resulta esperanzador también a cerca de estos temas, que no es poco. Dará igual que sean de izquierdas o derechas, rojos o azules, unos u otros. Me quedo sólo con aquello de que la coherencia y el respeto se detectan como luces fluorescentes entre el lodo, como brillantes esperando a ser admirados en esta amalgama oscura, en estos tiempos tan líquidos.
 
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