jueves, 4 de febrero de 2010

Invictus

Pienso en el eterno debate de la pelota de la Bastilla, el de los zurdos y los diestros. Sobre él me hace pensar multitud de comentarios que circulan y las ideas que intercambio con amigos y colegas a cerca de eso que se define como la situación política actual. De izquierdas y derechas, de rojos y azules, de unos y otros, de bandos y algo de cine va este extraño post.
'Es una cuestión de discurso más que de filosofía', pienso, cercándolo al menos dentro del contexto de hoy día. Esa es la conjetura a la que llego, más fundamentada en el tópico que otra cosa, a cerca de lo descafeinada que parece la política en comparación con otros tiempos, en los que el animal político parecía más cerca de la gesta desde una perspectiva histórica. La retórica actual parece algo más trillada, light, prosaica. Pienso en los Séneca, los Washington, los Azaña, los Suárez. Pienso en grandes oradores, en héroes eternos, en los hijos de Cicerón, en si existen o existieron. Duermen las palabras, mientras las decisiones y los hechos parecen demostrar que más que una filosofía de izquierdas o derechas, de rojos o azules, de unos u otros, los grises se mezclan con flashes y en esa amalgama todos juegan a echar por tierra al otro. Triste y desolador resumen de una percepción, como digo, muy personal, defectuosa, parcial y generalizadora. Lo peor es que esta opinión tan personal puede que sea compartida por unos cuantos, por unos muchos. Lo peor no es ser pesimista, es ser un optimista bien informado.
El discurso fragmentado, vacío, personalista, termina por causar una honda decepción en una población que no entiende lo que se le dice o que, en el mejor de los casos, no quiere entender, no sabe o no contesta. Se percibe, parafraseando a Nietzsche, que la res publica ha muerto. Tal vez si primara más la autocrítica y la pedagogía que el insulto y la descalificación, tal vez si se admitieran los errores, incluso los que se están por cometer, se hablaría de buena voluntad y se percibirían otros valores, ¿Pero cómo cambiar una tendencia jugada entre estos políticos con estas reglas, entre estos medios y miedos de comunicación? ¿Cómo devolver la confianza al olvidadizo pueblo para con sus dirigentes? ¿Cabe a caso hablar de integridad? ¿Y de coherencia? ¿Y respeto?
Se puede ser de un equipo o de otro, pero la responsabilidad también pasa por el reconocimiento del contrario y la necesidad del antagonismo como enriquecimiento de las posturas. El yin y el yan me resulta más integrador e interesante que las etiquetas que se puedan poner los de izquierdas o derechas, los rojos o azules, los unos o los otros. Quizá es por esto que siempre admire, más allá de los colores, al que tiene una determinada forma de hacer las cosas. Hay un estilo que es intemporal, que basa su quehacer en el carisma y no la autocomplaciencia. La coherencia inspira y produce respeto, como la humildad, y el respeto, a su vez, favorece la coherencia y la puesta en común con propios y ajenos. Miren Invictus, si no la han visto todavía, la última e imprescindible de Eastwood. Algunos dicen que es excesivamente entusiasta y aleccionadora, pero su mensaje resulta esperanzador también a cerca de estos temas, que no es poco. Dará igual que sean de izquierdas o derechas, rojos o azules, unos u otros. Me quedo sólo con aquello de que la coherencia y el respeto se detectan como luces fluorescentes entre el lodo, como brillantes esperando a ser admirados en esta amalgama oscura, en estos tiempos tan líquidos.

1 comentario:

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